La Biblia dice en Éxodo 4:17
“Llévate este bastón, porque con él harás cosas asombrosas.”
Cuando Dios llamó a Moisés para que dirigiera la salida del pueblo de Israel de Egipto, el Señor se encontró con un hombre que veía más sus limitaciones que el poder de Dios. Los capítulos tres y cuatro del libro de Éxodo nos muestra los grandes temores que este hombre tenía ante tal encomienda.
Lo primero que le dijo es que los judíos no le creerían cuando les anunciara que Dios lo había enviado a ellos para ser liberados. El Señor entonces hizo dos milagros ante él. Primero convirtió su bastón en una serpiente y luego lo regresó a su primer estado, pero aún eso no fue suficiente para Moisés y entonces de su mano apareció y desapareció lepra.
Una vez mostrado su infinito poder, Moisés tuvo una petición más: que alguien le ayudara a hablar porque él era torpe en el uso de las palabras ante una multitud y entonces Dios, después de hacerle ver que esa carencia podría ser superada, le dijo que sería su hermano Aarón quien lo ayudaría.
Llama la atención que la última recomendación que Dios le da a su siervo es que lleve el bastón o vara que había usado para hacerle ver su poder. Es evidente que ese instrumento no tenía ningún poder, pero Dios le recomendó que lo llevase consigo a la titánica tarea que le había dado: dirigir a un pueblo duro de cerviz.
Y así salió Moisés de Madián y llegó a Egipto acompañado de esa vara o bastón que le fue muy útil porque con él tocó las aguas del río Nilo y fueron convertidas en sangre y con ese mismo objeto tocó el mar Rojo y se abrió para que el pueblo de Israel pasara por en medio y huyera de faraón y otras muchas grandes obras.
¿La vara era mágica? De ninguna manera. Su valor constituía en que le recordaba a Moisés su llamado y sobre todo quién lo había llamado. Dios pudo haber hecho esos milagros sin necesidad de esa vara, pero a su hijo le fue muy útil porque le recordó que no había sido llamado por cualquier persona y que su labor tenía el respaldo del Dios Todopoderoso.
La idea que Dios quería dejan en claro es que no debemos olvidar nunca quien es él y sobre todo de lo que es capaz. Jamás debemos dejar de tener presente que Dios es inmensamente grande y que nunca falla ni fallará. Hoy en día no necesitamos ni vara ni objeto alguno porque nuestra fe es la que derrota al mundo y al maligno.
Lo único que requerimos es permanecer en su presencia para que la libertad que Cristo nos ha dado la cuidemos siempre, aun cuando nos toque pasar por desiertos.