La Biblia dice en Salmos 34:2
“Yo me siento orgulloso del Señor; ¡óiganlo y alégrense, hombres humildes!”
El salmo treinta y cuatro fue escrito por el rey David cuando su vida corría peligro al ser llevado ante la presencia del rey filisteo Abimelec donde se fingió loco y fue sacado de la corte real por los subalternos del rey, quien le pareció absurdo que le llevaran un orate a su presencia.
Los especialistas en el libro de los salmos y la vida de David coinciden en señalar que la razón por la que David se hizo pasar por alguien que había perdido la razón fue porque en la corte del monarca de Filistea estaban los familiares de Goliat a quien había derrotado y matado. De presentarse en sus cabales lo hubieran matado.
No sabemos el momento exacto en el que David decidió aplicar esta treta, pero muy probablemente fue instintiva, de sobrevivencia, fue una bendita ocurrencia que le salvó la vida. Muchos podrían pensar que se debía a la gran inteligencia de David, pero él nos lleva al origen de todo.
La frase en Jehová se gloriará mi alma que la versión Dios Habla Hoy traduce como yo me siento orgulloso del Señor, nos muestra que David se sentía orgulloso del Señor, él no quería presumir que era muy astuto, más bien quería dejar en claro que deseaba presumir al Señor como la razón de su sagacidad.
Con ello quería dejar en claro que si alguien veía en esa acción mucha capacidad para librarse del peligro y la muerte, en realidad debían voltear sus ojos al Creador porque el rey David se sentía particularmente presuntuoso en lo más profundo de su ser interior, pero del Señor, no de él, ni de su inteligencia.
David nos enseña así que nosotros jamás nos debemos de avergonzar del Señor, no nos debe dar pena confesar que creemos en él, todo lo contrario debemos presumir que él es la fuente y sustento de nuestra vida. Se trata de enorgullecernos de nuestra fe que en ocasiones nos lleva a situaciones difíciles, pero no irresolubles.
Dios no es ni será nunca motivo de vergüenza, aún en las calamidades, él siempre sabe lo que hace. Nunca se equivoca. Y por tal motivo debe ser motivo de orgullo confesar que confiamos en su nombre.