La Biblia dice en Esdras 4:3
“Pero Zorobabel, Josué y los otros jefes de familia israelitas les respondieron: No podemos reconstruir junto con ustedes el templo de nuestro Dios. Lo tenemos que reconstruir nosotros solos para el Señor, Dios de Israel, pues así nos lo ordenó Ciro, rey de Persia.”
La reconstrucción de la destruida ciudad de Jerusalén reclama recursos materiales y humanos al por mayor. Los babilonios la habían arrasado y se requería tanto fuerza física como fuerza de voluntad. Era un desafío para los judíos que regresaron luego de setenta años de cautiverio en Babilonia.
Y a pesar de su escasa capacidad para la reconstrucción no por su deseo y determinación sino por lo enorme de los trabajos tuvieron que decirle no a sus enemigos que prestos se apersonaron para ofrecer su ayuda y apoyo. El no de Zorobabel, Josué y otros jefes de familia israelitas fue contundente.
Rechazaron su ofrecimiento aun cuando lo necesitaban y mucho les hubiera servido y ayudado para hacer más rápido su proyecto, se abstuvieron de recibir tal vez dinero o material para reconstruir su ciudad y el templo de Dios que estaban en ruinas por doquier y no por orgullo ni por necedad sino por sabiduría.
Los reconstructores que retonaron a Jerusalén nos aleccionan grandemente cuando se trata de decir no a quienes tienen intereses inconfensables. Ellos sabían que eran sus enemigos y de la noche a la mañana se ofrecieron como voluntarios para ayudar en los trabajos que se estaban haciendo. Algo que de entrada se veía sospechoso.
En términos de lógica y sentido común su ayuda debía ser bienvenida, pero su condición de adversarios al proyecto los descalificaba absolutamente. Los judíos del tiempo de Esdras supieron escoger perfectamente a quienes los iban a ayudar y también se esforzaron por ellos mismos.
No todas las ayudas son buenas. No todo lo que se nos ofrece debemos recibirlo. No todo lo que se regala debe ser aceptado. Los patrocinadores, mecenas o benefactores pueden tener o perseguir otra clase de objetivo muy probablemente contrario al que tú estás ejecutando y una vez plantados en tu obra resulte difícil decirles que no a lo que pidan.
Los judíos optaron por ir ellos sólos con sus propios recursos, limitados, tal vez, pero suyos y no depender de sus adversarios y enemigos que tarde o temprano los acorralarían y detendrían la reconstrucción del templo de Jerusalén, una contrariedad que ellos no podían darse.