Introducción
El Espíritu Santo vino a la tierra justo en la celebración de Pentecostés, una palabra griega que significa “la festividad de 50 días” y que los judíos llaman Shavuot. Hoy justamente se cumplen cincuenta días de que celebramos la Pascua y de acuerdo a nuestro calendario estamos justamente en la fecha de celebración de Pentecostés o Shavuot.
Hago esta distinción idiomática para establecer la celebración que los judíos siguen haciendo y se llama Shavuot y la experiencia que vivió la iglesia de Hechos dos cuando el Espíritu Santo vino a la tierra en Jerusalén, justamente ese día, de tal manera que en ese mismo día los judíos cristianos recordaron dos sucesos.
El primero de ellos con el que celebraban y celebran aún hoy en día el momento en el que la palabra de Dios les fue dada en el monte Sinaí. El festejo de los hebreos recordaba ese momento de gran importancia para la vida de su nación porque la Torá que recibió Moisés y que les transmitió es la piedra de toque para el pueblo escogido de Dios.
Desde hace mucho tiempo cada que celebran ese día, que ocurre luego de siete semanas posteriores a Pascua, los israelitas leen el libro de Rut y lo festejan leyendo toda la noche la palabra de Dios. La razón por la que leen el libro de Rut radica en la historia de salvación que tiene ese libro gracias a dos mujeres que permanecieron fieles a las promesas de Dios.
Los cristianos celebramos el arribo del Espíritu Santo a la tierra y a ese evento le llamamos Pentecostés. A diferencia de los judíos nosotros no hacemos ningún evento especial, de hecho ni siquiera lo tenemos como una fecha que fije una actividad obligatoria y en muchas ocasiones este día pasa desapercibido para muchas iglesias.
Pentecostés ha quedado marcado para la iglesia más que como el arribo del Espíritu Santo y el énfasis se ha establecido en las lenguas que se le aparecieron a los creyentes que estaban en el aposento alto, pero en realidad la función de la tercera persona de la trinidad fue presentada muy claramente por Jesús en Juan 16:7-10.
“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado por cuanto no creen en mí, de justicia por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.”
La función del Espíritu Santo es convencer de pecado al mundo para que el mundo pueda ser salvo. Esa es la razón primordial por la que vino al mundo y luego de salvar al hombre de sus pecados llenarlo de su presencia y dotarlo de dones para servir a Dios con todas sus fuerzas.
La historia de Rut nos sirve para clarificar el cambio que debe operar en el hombre o la mujer cuando conoce al Dios de Israel. La historia de la nuera de Noemí es sumamente aleccionadora a la hora de entender el tipo de transformación que opera en la vida de los gentiles por medio de la palabra del Señor.
Pentecostés: Los gentiles también pueden ser salvos
A. Con una conversión genuina
B. Con una lealtad incondicional
Leer el libro de Rut es una experiencia emocionante porque nos acerca a una historia de redención de dos mujeres viudas que de su situación miserable y maldita, Dios les permitió pasar a una conversión genuina y una lealtad incondicional a las promesas del Señor gracias a la fe.
El relato del libro, que los hebreos señalan como autor a Samuel, es sublime por la bendita intervención divina para salvar de la desolación a un par de mujeres que regresaron de Moab a Belén de Judá, sin esperanza y sin nada que les pudiera llenar el corazón, sino simplemente con la confianza de estar en su tierra.
Cuanto nos parecemos a estas mujeres los seres humanos huérfanos, desprovistos de todo bien, miserables y empobrecidos a causa de nuestros pecados y solo cuando regresamos a la casa del Padre nuestro destino cambia absolutamente porque de la desgracia Dios nos instala en su familia.
Rut, una moabita que de acuerdo a la ley mosaica no podía entrar al pueblo escogido de Israel, no solo ingresó a la nación hebrea, sino se convirtió en la ascendiente del rey David con quien el Señor hizo un pacto para que uno de sus hijos gobernará eternamente y para siempre la tierra.
Indudablemente que esta historia además de fascinante es impactante para los no hebreos o gentiles porque queda claro que Dios tenía y tiene un plan para todos aquellos que sin ser descendientes de Abraham fueron insertados en la celosa familia judía. Rut, Rahab, Tamar y la propia Betsabé fueron incluidas en la geneología de Jesucristo.
En el caso de Rut hoy meditaremos en dos de muchos de los aspectos que ella nos muestra para llegar a tener el privilegio de convertirse en las primeras mujeres gentiles o paganas que se integraron al pueblo hebreo y fueron punta de lanza de lo que más tarde ocurriría cuando el Espíritu Santo vino a la tierra: la salvación de todos los gentiles.
A. Con una conversión genuina
Rut mostró una determinación para dejar el paganismo de su nación como ninguna otra mujer en la Escritura. De Tamar, Betsabé y Rahab, solo ella mostró su convencimiento de seguir a Dios dejando absolutamente todo su pasado. La conversión de ella fue genuina. En Rut 1: 16 encontramos esa verdad expresada de la siguiente manera:
Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.
Para comprender bien la naturaleza o el significado de las palabras de esta mujer debemos tener claro en primer lugar que el tiempo en que ella estaba viviendo era el de los jueces, una época marcada por la anarquía y la desviación del propio pueblo de Israel. En medio de esa situación ella decidió seguir al Dios de Israel.
Para seguir al Señor no tenemos pretexto. No debe interesarnos que hacen o dejan de hacer los demás. Una conversión genuina se abre paso aun en medio de las personas que debiendo ser ejemplo para nosotros, se convierten en piedras de tropiezo o en malos testimonios para seguir al Señor.
Luego en segundo lugar, ella era una moabita. Los moabitas eran una nación que surgió producto de una relación incestuosa entre Lot y una de sus hijas y el pueblo de Israel tuvo la prohibición expresa de acercarse a ellos por su abierta desviación espiritual, pero ella decidió romper con todo esos antecedentes y se convirtió con todo su corazón.
El mérito de Rut fue que sus palabras fueron coherentes o congruentes con sus hechos. Dejó Moab y se dirigió con su suegra a un futuro incierto solo con la certeza de ir en primer lugar con el pueblo de Dios y en segundo lugar con el compromiso de que el Dios de Noemí sería su propio Dios.
Estamos frente a una conversión que deja todo por el Señor, sin importar la dirección hacia donde se dirige o lo que sucederá en el futuro. Lo ocurrido con Rut fue un paso de fe, un acto de obediencia sin saber bien a bien lo que ocurriría sino solo confianda en que Dios obraría en su vida.
Abrazaba un pueblo y un Dios que los rechazaba por la maldad de su pecado, pero eso no le importó. En realidad ella fue como esa mujer a la que Jesús le dijo que no era correcto dar la comida de los hijos a los perrillos, pero aún así dejó de suplicarle a Cristo señalando que aún los perrillo se saciaban de la comida que caía de la mesa.
Al ver esa fe Jesús le dijo que estaba maravillado y por esa fe lo que le pidió sería hecho. De idéntica manera ocurrió con Rut. Se humilló ante Dios con una conversión genuina y fue aceptada.
B. Con una lealtad incondicional
Rut llegó a una tierra donde había costumbres muy distintas a las suyas y se tuvo que adaptar a ellas. La única manera de hacer lo correcto en una tierra que no era la suya era seguir atentamente las indicaciones de su suegra y eso fue lo que justamente ella hizo con Noemí.
El relato que nos ofrece Rut 3: 1-5 nos permite distinguir claramente esta verdad:
Después le dijo su suegra Noemí: Hija mía, ¿no he de buscar hogar para ti, para que te vaya bien? 2 ¿No es Booz nuestro pariente, con cuyas criadas tú has estado? He aquí que él avienta esta noche la parva de las cebadas. 3 Te lavarás, pues, y te ungirás, y vistiéndote tus vestidos, irás a la era; mas no te darás a conocer al varón hasta que él haya acabado de comer y de beber. 4 Y cuando él se acueste, notarás el lugar donde se acuesta, e irás y descubrirás sus pies, y te acostarás allí; y él te dirá lo que hayas de hacer. 5 Y ella respondió: Haré todo lo que tú me mandes.
Las ordenes que su suegra le dio eran muy arriesgadas para cualquier mujer. Pero era la única forma de librar el gran mal en el que estaban. Ella podía rechazar las peticiones que le hizo Noemí porque tenían mucho de incómodas para una mujer, pero ella mantuvo su lealtad incondicional a la madre de su difunto esposo.
Rut fue incluida en la geneología de Cristo precisamente porque fue una mujer que mostró obediencia absoluta aún en tiempos de gran riesgo y eso nos sirve como referente para conocer el llamado que Dios ha hecho a nuestras vidas como gentiles. Estamos llamado a ser leales a su nombre.
La celebración de Pentecostés nos enseña que el Espíritu Santo ha llegado a nuestras vidas para salvarnos en primer lugar y para darnos dones para servir a Dios. La salvación nos lleva a incrustarnos al pueblo de Dios y por esa razón debemos imitar a Rut que tuvo una conversión genuina y fue leal de manera incondicional.