La Biblia dice en Salmos 77:12
“Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos.”
Asaf, el autor de este salmo, estaba viviendo momentos dramáticos. No es una exageración el salmista estaba atravesando circunstancias que literalmente lo aturdían y no lo dejaban siquiera dormir. Eran días aciagos, penosos y llenos de incertidumbre donde lo único seguro era el dolor y el sufrimiento.
Sumergido en esa espiral y arrastrado por el torbellino de la angustia y desesperación, Asaf tiene momentos de mesura y reflexión. Esos momentos le sirven para enfrentar con cordura lo que esta viviendo. Se trata de un gran esfuerzo por luchar contra sus sentimientos y concentrarse en verdades y realidades.
Es en ese momento que se propone hacer dos cosas: meditar lo que ha hecho Dios en su vida y enseguida hablar de esos hechos singulares, portentosos y llenos de compasión que Dios ha ejecutado en su vida. Se trata de hacer un recuento de todas las obras del Señor para no quedarse únicamente con “las malas”.
Cuando nos concentramos exclusivamente en todo “lo malo” que nos ha acontecido corremos gravemente el riesgo de creer, pensar y casi estar seguros que de Dios solo proceden adversidades o contrariedades y eso esa una verdad a medias, y una verdad a medias termina siendo siempre una gran mentira.
Con mucha determinación, el salmista se propone meditar, la palabra implica un esfuerzo superior, sobre todo cuando se sufre. En esos momentos cuando los sentimientos se encuentran a flor de piel, hacer un ejercicio de introspección para recordar, reflexionar y repensar todo lo bueno que Dios ha hecho es una actitud encomiable. Aunque todo lo que él hace es bueno.
Luego hablar de las bondades del Señor con cada uno de sus actos nos hace poner a un lado la narrativa que venimos arrastrando aún contra nuestra voluntad. Hablar del bien que Dios ha hecho nos ayuda a mirar desde otra perspectiva lo problemático de la situación que estamos viviendo.
Se trata, en síntesis, de mirar por encima de nuestra aflicción, de alzar los ojos y centrarnos en la verdad de que Dios es bueno en todo momentos y dejar de hundirnos en las arenas movedizas que resultan de pensar que el dolor es lo único que hemos recibido de Dios porque esa no es la realidad.
No se trata de negar que sufrimos. De ningún modo. Se trata de concentrarnos en Dios que nunca olvida y que siempre está pendiente de nuestras necesidades y que tarde o temprano intervendrá como lo ha hecho siempre para salvarnos con su mano poderosa.