La Biblia dice en Salmos 119:38
“Confirma a este siervo tuyo las promesas que haces a los que te honran.”
La historia del sacerdote Elí y sus hijos que relata el primer libro de Samuel retrata fielmente que Dios honra a los que lo honran:
Elí era sacerdote en Silo junto con dos hijos suyos de nombres Ofni y Finees. Pero la conducta de estos dos jóvenes distaba grandemente de los requisitos que Dios había establecido para quienes habrían de ser los intermediarios entre él y el pueblo de Israel y habían caído tristemente en la codicia de las cosas sagradas.
Su mala fama era pública y notoria y llegó a los oídos de su padre, pero éste en lugar de reprenderlos, llamarles la atención o corregirlos se portó con ellos extremadamente consentidor y eso desagradó grandemente a Dios, de tal manera que tuvo cortarlos de ese santo servicio y levantarse para sí un sacerdote fiel en la persona del joven Samuel.
Un profeta llegó ante Elí y le dijo claramente que Dios lo había desechado a él y a sus hijos para la labor sacerdotal por su reiterada actitud profana con las ofrendas que los judíos presentaban al Señor en Silo y cuyos hijos exigían como si fueran para ellos, cuando en realidad eran para el Señor.
“Yo honraré a los que me honran y los que me desprecian serán tenidos en poco”, le dijo Dios a Elí y a sus hijos para dejar en claro que el Señor está comprometido con todos aquellos que honran lo honran, es decir con aquellos que lo reverencian, respetan y tienen consideración de su poder, fuerza y santidad.
El salmista nos conduce a recordar esta triste historia de personas que no pudieron darse cuenta del lugar de honra que tenían y pisotearon la santidad del Señor y fueron sancionados por tal temeridad, pero el autor del salmo más largo del libro de los Salmos sabe perfectamente que Dios tiene un compromiso con quienes le temen.
En primer lugar el temor a Dios se manifiesta sirviéndole con gratitud y esmero. Una persona que respeta al Creador le sirve con todo el corazón y entonces puede solicitarle que le ayude cumpliendo alguna de sus tantas promesas que tiene reservada para quienes con sinceridad se entregan a su causa.
El salmista le pide al Señor que tenga compasión de su vida y la promesa de su auxilio venga a su vida de tal manera que se confirme su verdad en su existencia. Lo hace seguro y confiado porque Dios es un Dios que cumple sus promesas.