La Biblia dice en Salmos 119:23
“Aunque hombres poderosos tramen hacerme daño, este siervo tuyo meditará en tus leyes.”
La vida piadosa jamás estará exenta de amenazas. La fe no es un don dado para todos. Los infieles o incrédulos han perseguido a los temerosos de Dios históricamente, de ello da cuenta la Escritura a lo largo de todas sus páginas porque la lucha entre la bondad y maldad es constante y permanente.
El salmista nos presenta esa probabilidad en este verso que meditamos. Un justo bajo asedio, presión, persecución, hostigamiento y ante la clara posibilidad de ser dañado no debe soprender a nadie, puede ocurrir y ha ocurrido, pero también debemos reconocer y descansar en que Dios se ha encargado siempre y salido en ayuda de sus siervos.
Sin embargo la latente posibilidad de ser dañados no debe inhibir la determinación de meditar en la palabra de Dios. Nunca será justificación para los hijos de Dios dejar de buscar la revelación divina en razón de las dificultades que sobre nuestra persona se ciñen, aun viniendo de hombres con poder.
Por encima de adversidades y adversarios, problemas y dificultades, el creyente se debe levantar para mantener su relación estrecha y directa con los mandamientos del Señor porque al final de cuentas allí encontrará vida, reposo, calma y tranquilidad ante la incertidumbre de lo que puede ocurrir.
La intención del salmista es animarnos a nunca dejar de meditar la bendita palabra de Dios. A mantener nuestra decisión de hacer de la revelación divina nuestro auxilio porque de esa manera podemos enfrentar con la actitud correcta la presión que viene por la intención de gente con poder de dañarnos.
Es evidente que en esos momentos la palabra de Dios se convierte en baluarte, la Escritura se transforma en un alcázar, una torre fuerte o castillo para defendernos de nuestros enemigos y su valor radica en que nos ayuda a luchar no con armas o nuestras propias fuerzas, sino con el aliento divino que siempre sale vencedor.
Nada ni nadie, por más peligro que represente, debe suspender o dañar nuestra relación con la palabra de Dios. El temor, miedo o pavor solo se pueden derrotar con lo que Dios ha dicho. Dios, como siempre, se reserva el derecho de actuar conforme a sus eternos propósitos siempre para guardarnos de todo mal.