La Biblia dice en Job 18: 4
“Oh tú, que te despedazas en tu furor, ¿será abandonada la tierra por tu causa, y serán removidas de su lugar las peñas?”
Me gusta como traduce este verso la versión de la Biblia Dios Habla Hoy porque lo hace de la siguiente forma: “¿Crees tú que por desgarrarte rabiosamente va a quedar desierta la tierra o las rocas van a cambiar de lugar?” Presentado así el versículo nos ayuda a comprender mejor el reclamo equivocado que le hace a Job su amigo llamado Bildad.
Le está diciendo una verdad profunda, claro que sí, pero errónea porque Job solo se desahogaba sin reclamarle nada a Dios ni mucho menos recriminarle lo que estaba viviendo, sino que trataba de ahogar su pena llorando y hablando por los amargos momentos que estaba viviendo.
Sin embargo, las palabras de Bildad nos ofrecen una interesante perspectiva al acercarnos al sufrimiento y la reacción que tenemos de enojo, fastidio, molestia que si no se tratan a tiempo en nuestra vida puede devenir en resentimiento y amargura. Así ocurre en la existencia de las personas que les resulta incomprensible explicar el por qué de la tribulación.
Despedazarse en enojo ante el dolor, como le dijo Bildad a Job, no tiene sentido porque es tratar de que la tierra se vacíe o que las enormes rocas de las peñas sean removidas. Sencillamente así como esto es imposible de la misma manera llenarse de ira cuando uno sufre tampoco servirá de nada.
Al contrario explotar en rabia por los grandes sufrimientos puede empeorar la situación y sobre todo prolongar de manera dramática las circunstancias que se están viviendo y aún más, dañar a quienes nos rodean porque enojarnos no resuelve absolutamente nada a la hora de enfrentar la aflicción.
El fastidio y las rabietas son muestra palpable de la gran falta de comprensión de los acontecimientos que se están viviendo, es la expresión triste y lamentable de que se ignora por completo lo que esta pasando y la gran falta de esperanza que experimentamos en esos momentos.
Ante el dolor lo más conveniente siempre será doblegar nuestra cerviz o agachar nuestra cabeza, encomendarnos a Dios y esperar en su infinita compasión para que en medio de la tormenta podamos experimentar su infinita paz y así salir bien librados con su gracia y favor, tan necesarios en esos días.