La Biblia dice en Juan 9:34
Le dijeron entonces: Tú, que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros? Y le expulsaron de la sinagoga.
Los religiosos del tiempo de Jesús era intolerantes a más no poder. Se creían absolutos dueños de la verdad que es el germen de la irracionalidad y un hombre ciego de nacimiento fue el receptor de su enfado y molestia que son las manifestaciones más visibles de la intolerancia. Se enojaron con él por el hecho de señalar a Jesús como su sanador.
Juan nos relata en su evangelio la historia de un hombre que era invidente de nacimiento lo provocó una de las preguntas teológicas más usuales de ese tiempo. ¿Quién había pecado, sus padres o él? Jesús les respondió que ni lo uno ni lo otro. Que su situación era para manifestar la gloria del Señor. Y enseguida lo sanó.
Los fariseos se enteraron de dicha sanidad y llamaron al hombre para que les explicara cómo se había logrado tal maravilla. Él les contestó que un hombre llamado Jesús le había tocado los ojos y enseguida había sido sano. Ellos lo interrogaron una y otra vez con la esperanza que evadiera el nombre de Cristo, pero nunca lo hizo.
Los fariseos ya tenían mucha molestia con Jesús y ya habían planeado detenerlo y matarlo por dos razones de ley: sanaba en el día de reposo y se hacía llamar el Hijo de Dios, de tal manera se hacía Dios a sí mismo. Algo imperdonable a juzgar de los líderes religiosos quienes al escuchar al hombre liberado por Jesús arremetieron contra ambos.
Este hombre que vio por primera vez la luz natural dio testimonio de lo que Jesús hizo en su vida y por es razón fue expulsado de la sinagoga, no sin antes ser maldecido por el sólo hecho de decir la verdad de sus sanidad. Abrió los ojos y cuando pensaba que podría ir a la sinagoga a adorar a Dios simplemente fue expulsado de allí.
Los fariseos lo corrieron de allí porque eran intolerantes con la verdad. Porque no soportaron el testimonio de un hombre que declaró con toda veracidad el origen de su nueva vida. Su sanidad le mereció reconocer a Jesús como un profeta que venía de Dios porque nadie podría hacer esa clase de obra si Dios no estuviera con él.
La historia del ciego nos recuerda la firmeza con la que debemos mantener nuestro testimonio de Cristo. Ni las presiones de los poderosos, ni la intimidación, ni mucho menos las maldiciones deben mermar nuestra confianza absoluta en el Hijo de Dios. Frente a la intolerancia no nos queda más que resistir.
Luego de su expulsión de la sinagoga ese hombre encontró a Jesús y le adoró. Jesús nunca dejará solos a quienes testifican de su grandeza e inmenso poder.