La Biblia dice en Daniel 3:28

“Y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios.”

Así de sorprendido reaccionó Nabucodonosor ante la determinación de los tres jóvenes Ananías, Misael y Azarías que el monarca había cambiado de nombre por Sadrac, Mesac y Abed-nego, respectivamente, en honor a sus dioses babilónicos, para no adorar una imagen suya de treinta metros de alto y tres de ancho, luego de salvarse de un horno ardiente.

El relato que encontramos en el libro de Daniel nos ofrece la actitud que asumieron estos hebreos con tal de no violentar el mandamiento de no adorar ninguna clase de imagen de dios o persona alguna prescrita en la Torá judía a pesar de que con ello pusieran en peligro su vida, tal como sucedió con ellos.

La historia de estos tres jóvenes es una historia de resistencia. Lejos de su patria, distanciados de sus padres porque habían sido llevados al palacio real de Nabucodonosor y rodeados por cientos de cortesanos del rey dispuestos a complacerlo con cualquier clase de petición, ellos se mantuvieron fieles a sus convicciones.

Ellos actuaron así ante una acusación maliciosa de unos varones caldeos que fueron con el rey de Babilonia para decirle que la estatua recién inaugurada había sido despreciada por ellos y entonces el monarca ordenó que fueran lanzados a un horno de fuego que fue calentado siete veces más de lo normal.

Antes de arrojarlos allí, se les dio la oportunidad de cambiar de opinión, pero ellos tenía la determinación y no cambiaron de parecer, aún ante la ira del hombre más poderoso del reino y resignados, pero sobre todo confiados en su Dios, fueron al horno de fuego de donde Dios mismo los rescató.

Cuando el autor de Hebreos nos dice que en nuestra lucha contra el pecado no hemos resistido hasta la muerte, se refiere a esta clase de historias. Ananías, Misael y Azarías arriesgaron su vida con tal de mantener su fe intacta en Dios. La obediencia los llevó a casi perder la vida de manera horrorosa.

El mensaje de esta historia es resistir, soportar, aguantar los embates de quienes quieren forzarnos a dejar nuestra fe. De quienes quieren que dejemos de obedecer a Dios. La vida al final de cuentas es un don del Señor que ante la disyuntiva de fallarle, es mejor entregarla en sacrificio que honre su nombre.

Tal vez no todos seamos sometidos a esta clase de disyuntivas, pero creo que todos seremos en algún momento puestos en el dilema de obedecer a Dios o hacer caso a lo que la mayoría de la gente dice o hace. El ejemplo de estos tres muchachos nos servirá mucho para llenarnos de arrojo y valentía para rechazar cualquier ofrecimiento del mundo.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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