La Biblia dice en Hebreos 9:23
“De manera que se necesitaban tales sacrificios para purificar aquellas cosas que son copias de lo celestial; pero las cosas celestiales necesitan mejores sacrificios que ésos.”
El autor de la carta a los Hebreos, que fue escrita para los judíos cristianos del primer siglo que habían configurado la primer iglesia cristiana en Jerusalén, tiene como fin hacer ver a Jesús como superior en todo, particularmente en lo relacionado con el sistema de sacrificios que tenían los hebreos establecido en el libro de Levítico.
Para ello, sigue una línea de pensamiento muy interesante: los sacrificios que se tenían en el Antiguo Testamento eran en realidad una copia de lo celestial. Eran terrenales netamente y seguían un modelo que se originó en el cielo, es decir no eran definitivos, tenían fecha de caducidad.
Apuntaban claramente hacía un sacrificio perfecto, un sacrificio que fuera capaz de derrotar el pecado y la maldad incubados en el corazón de los hombres, mostraban las grandes limitaciones del sistema para redimir iniquidades y mostraban sus grandes deficiencias a la hora de limpiar las transgresiones de los pecadores.
Se hacía entonces necesario, indispensable e inevitable un sacrificio mejor y ese fue justamente el sacrificio que hizo Cristo Jesús al morir de manera violentísima en la cruz del calvario. El Cordero de Dios que Juan identificó plenamente cuando Jesús fue bautizado en el río Jordan.
La muerte de Jesús en la cruz fue el mejor y más perfecto sacrificio que Dios tuvo ante sus ojos para redimir no solo al pueblo hebreo, sino a toda la humanidad. El autor de la epístola a los Hebreos no tiene la menor duda de que la ofrenda de Jesús fue y es ante Dios el pago por hombres y mujeres.
La finalidad de los sacrificios hebreos la comprendemos en retrospectiva cuando vemos la muerte de Jesús como sacrificio: nos llevaban a considerar la necesidad de contar con una obra redentora universal, abierta para todos los pecadores del mundo y no individual o personal, sino colectiva.
Jesús cumplió a cabalidad con los requisitos de un sacrificio porque fue santo, puro y sin mancha y de esa forma Dios aceptó su ofrenda para que nosotros pudiésemos tener acceso al Padre. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran buenos, pero el sacrificio de Cristo Jesús fue sencillamente mejor que todos ellos.
La razón: pudo hacer el milagro de limpiarnos de nuestra maldad y nos presentó ante Dios justificados y dignos de su presencia.