La Biblia dice en el Salmos 119:97-104
Mem
¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación. 98 Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, porque siempre están conmigo. 99 Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios son mi meditación. 100 Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos; 101 De todo mal camino contuve mis pies, para guardar tu palabra. 102 No me aparté de tus juicios, porque tú me enseñaste. 103 ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. 104 De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira.
Introducción
La letra mem del alfabeto hebreo sirve al autor del salmo para mostrar una de las grandes bondades de la palabra de Dios que su capacidad de hacer sabio al hombre. Ya lo dice el apóstol Pablo cuando escribe en 2ª Timoteo 3:14-15:
Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; 15 y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.
La revelación divina busca dotar a los hombres de sabiduría. Sabiduría no en el sentido de conocimiento o acumulación de conocimiento, sino más bien esa facultad para enfrentar un problema de la vida, considerar todas las posibles soluciones y tomar aquella que ponga fin a la dificultad. Se trata de experiencia de vida.
La palabra de Dios no es, entonces, desde esa perspectiva, un libro para engrosar nuestro conocimiento de historia, fechas y personajes, sino más bien una fuente inagotable de consejos, exhortaciones y llamados de atención para saber qué hacer en los momentos en que se acumulan las adversidades.
De allí su relevancia e importancia y justamente en la décima tercera letra del alfabeto hebreo el autor del salmo nos lleva a considerar los resultados que tiene acercarse con dedicación y empeño a la Escritura. Quien pone toda su atención en lo que el Señor ha dicho sin duda alguna obtendrán resultados sorprendentes.
Y justamente de eso nos va a hablar el salmista en la letra mem que de acuerdo a los hebreos tiene un valor de cuarenta. Para los rabinos judíos el hecho de que esta letra represente el número cuarenta los lleva a pensar en los cuarenta días de Moisés en el monte Sinaí y los cuarenta días del diluvio en tiempos de Noé: un tiempo de transición.
El autor del salmo utiliza la letra para mostrarnos que el estudio de la palabra de Dios necesariamente tiene consecuencias benéficas para quien lo hace con entusiasmo, esfuerzo y convicción. La revelación divina es un océano en el que se puede abrevar y cuando se hace con la actitud adecuada siempre encontraremos que hace sabio al sencillo.
A. Más que la de mis enemigos
Los versos noventa y siete y noventa y ocho dicen de la siguiente manera:
¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación. 98 Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, porque siempre están conmigo.
En esta vida vamos a encontrar en cualquier punto de ella personas que se vuelven nuestros enemigos. Con razón o sin ella, habrá y hay personas que nos aborrecen. La envidia es la principal generadora de enemigos gratuitos y debemos tener mucha sagacidad para enfrentarlos y derrotarlos.
El salmista quiere que comprendamos que para hacernos sabios debemos amar la palabra de Dios y meditar todo el día en ella, es decir constantemente.
Una vez llegó con el rabino Elías Jaim Mayzel un judío con una consulta.
—Rabí: Estoy muy afligido –comenzó a decirle-. Encontré un objeto perdido en la calle y lo devolví, como lo establece la Escritura. Pero a raíz de que lo hice, me metí en un problema muy grande, del que no sé cómo salir.
—La recompensa de un mandamiento cumplido es otro mandamiento, y los que cumplen los mandamientos no son perjudicados, así que no te preocupes que no re va a pasar nada malo. A ver cuéntame lo que te pasó –le dijo el rabino y se puso a escucharlo-.
Hace unas semanas estaba caminando por la calle y encontré un bolso llenos de billetes. Lo llevé a mi casa y cuando lo abrí, comprobé que allí había una cantidad de mil rublos. Al día siguiente leí en el periódico un anuncio en el que uno de los duques de la ciudad había perdido un bolso con dinero, y le ofrecía una recompensa de cien rublos al que lo encontrara y regresara.
Enseguida fui a la casa del duque con el bolso del dinero. Cuando se lo dí, me lo arrebató de la mano y se puso muy contento. Contó el dinero, se levantó y se estaba por ir. Yo me quedé parado esperando la recompensa, y al verme, comenzó a gritar desaforadamente.
“-¡Ladrón! ¡Todos los judíos son ladrones! ¡Aquí había dos mil rublos! ¿Dónde están los otros mil?
“Me puse a temblar. Yo quise cumplir el mandamiento de regresar un objeto perdido, y este hombre me levantó calumnias.
“Señor duque: -le dije con voz entrecortada- Yo soy un hombre honesto, que nunca echó mano en nada ajeno, y prueba de ello es que vine a devolverle a usted lo que perdió. Si no quiere darme la recompensa que ofreció, yo lo perdono. Pero por favor no me vaya a acusar falsamente de lo que no hice…
“El duque siguió gritando más fuerte que antes:
“-¡Ladrón, hijo de ladrones!¡Dos mil rublos había aquí, y solo he recibido la mitad! ¡Si no me regresas el resto, te voy a llevar a juicio para que te metan en la cárcel!
“En conclusión, el duque hizo la denuncia en la policía, y hace dos días recibí el citatorio para presentarme frente al tribunal por la denuncia de robo. Y usted sabe, Rabí –concluyó el judío-, que el duque es un hombre muy influyente, y los jueces seguramente le van a dar la razón a él…
Rabí Elías Jaim Mayzel escuchó con atención, y se dio cuenta de que el judío hablaba con sinceridad.
-Todo esto que te pasó –le explicó- fue porque la mitzvá de regresar lo perdido no lo hiciste con la intención sagrada de cumplir un mandamiento, sino porque lo que querías era recibir la recompensa. Debes saber que la Escritura nos encomienda que hay que regresar también los objetos perdidos de un no judío y no hay que hacerlo con interés, sino que es una obligación de cada uno.
Pero no te desesperes; toda se va a arreglar. Dime: ¿Contrataste a algún abogado para que te defienda?
El judío respondió afirmativamente y le dio el nombre.
-Bien –continuó el rabino-. Dile que necesito hablar con él antes del juicio.
El abogado llegó a la casa del rabino y recibió instrucciones de qué es lo que tenía que hacer en el momento de la audiencia.
Llegó el día, y primero habló el duque frente a los jueces:
-Yo perdí un bolso con dos mil rublos. Este judío me trajo un bolso con sólo mil rublos. ¡Eso significa que debe darme otros mil rublos!
Cuando le toco el turno al judío éste dijo:
¡Señores del jurado! Yo encontré este bolso, y adentro no había dos mil rublos. ¡Y mil rublos he entregado!
El fiscal habló de la culpabilidad del judío y de la “honorabilidad” del duque, quien no se podía dudar de su palabra. Por su lado el abogado sólo se refirió a la inocencia del judío, sin hablar mal del duque. Luego, se dirigió al duque, y le preguntó:
-¿Usted está dispuesto a jurar que perdió dos mil rublos?
-¡Por supuesto¡ – y en ese momento se levantó y juró frente a todos los presentes.
-¡Señores del jurado! –dijo entonces el abogado- No se puede dudar en absoluto de la palabra del honorable duque. Sin embargo, su juramento es un testimonio claro de que lo que encontró el acusado no es lo que él perdió, y les voy a explicar por qué: Si alguien devolvió lo que encontró, seguramente no es un ladrón. Porque si fuese una persona mala, se quedaría con toda la cantidad y no tiene por qué regresarlo, ya que nadie se hubiese enterado. Eso quiere decir que el acusado no encontró lo que perdió el duque, porque éste perdió dos mil rublos y aquel encontró mil. Por lo tanto, el acusado es inocente, y de acuerdo a la ley los mil rublos que había en el bolso le pertenecen…
El duque estaba hirviendo de furia, y se puso a titubear. El fiscal se quedó mudo, porque no tenía qué alegar. Los jueces se dieron cuenta de toda la situación, no podían poner en ridículo al duque por haber jurado en falso, y más que nada para “protegerlo”, determinaron que éste tenía que regresar al judío los mil rublos que había recibido de sus manos…
B. Más que la de mis maestros
El verso noventa y nueve de nuestro estudio dice así:
Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios son mi meditación.
En el estudio de la Escritura vale la pasión con que se hace, más que el tiempo o los títulos profesionales que la persona tenga. Es un hecho indiscutible que la frase “el alumno superó al maestro” es perfectamente aplicable en cuanto a quien hace de los testimonios del Señor su meditación.
El ejemplo de Rabí Akiva:
Rabí Akiva comenzó su vida como un pastor. Era completamente analfabeta hasta la adultez. Tampoco tenía un linaje judío del cual presumir. Descendía de conversos.
El midrash relata el punto de inflexión de la vida de Rabí Akiva. Un día, a la edad de 40 años, Akiva pasó junto a un pozo. Allí vio una roca con un agujero. Preguntó quién había perforado el agujero en la roca y le respondieron que el agujero había sido perforado por el lento pero constante gotear del agua.
Akiva entonces razonó: Si una sustancia suave como el agua puede perforar una roca con un goteo lento pero constante, así también la Torá, que es dura como el hierro, puede penetrar mi corazón de forma lenta pero segura. Y este fue el punto de inflexión de la vida de Rabí Akiva. Entonces se decidió a estudiar Torá, ¡de forma continua por 24 años!
Rabí Akiva comparte créditos hoy en día con grandes maestros de los hebreos como el gran Maimonides, Rashy y otros muchos más, pero él a diferencia de ellos comenzó estudiando cuando ya era “viejo”, pero en realidad lo hizo con tal entusiasmo que literalmente superó a sus maestros.
C. Más que la de los ancianos
El verso cien de nuestro estudio dice de la siguiente manera:
Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos.
Todos suponemos que una persona anciana tiene sabiduría no tanto por sus conocimientos, sino por su experiencia de vida, pero esta percepción no generalmente aplica porque hay gente con muchos años de vida, pero también con mucha carencia de sabiduría ya sea porque vivió neciamente o sencillamente porque nunca le importó aprender.
Lo impactante de la palabra de Dios es que puede hacer que una persona relativamente joven pueda tener más sabiduría que una persona de mayor edad y no porque haya ido a la universidad o tenga estudios de posgrado sino porque medita y reflexiona en la palabra de Dios que dota a quienes se acercan a ella de una sabiduría superior.
En Hechos 4: 13-22 encontramos un ejemplo de cómo la Escritura nos puede hacer más entendidos que la gente mayor.
Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús. 14 Y viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no podían decir nada en contra. 15 Entonces les ordenaron que saliesen del concilio; y conferenciaban entre sí, 16 diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, señal manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar. 17 Sin embargo, para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en este nombre. 18 Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús. 19 Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; 20 porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. 21 Ellos entonces les amenazaron y les soltaron, no hallando ningún modo de castigarles, por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho, 22 ya que el hombre en quien se había hecho este milagro de sanidad, tenía más de cuarenta años.
Juan y Pedro eran gente sin letras y del vulgo, pero superaron grandemente a los integrantes del sanedrín judío, muchos de ellos de más edad que los apóstoles, pero al ser revestidos de la palabra de Dios, supieron contestar sus requerimientos de tal manera que los superaron grandemente.
La palabra que se traduce como “del vulgo” procede de la raíz griega idiótés que los griegos usan para referirse a una persona ignorante y que luego devino en alguien sin razón: idiota.