La Biblia dice en el Salmo 119:113-120
Sámec
Aborrezco a los hombres hipócritas; mas amo tu ley. 114 Mi escondedero y mi escudo eres tú; en tu palabra he esperado. 115 Apartaos de mí, malignos, pues yo guardaré los mandamientos de mi Dios. 116 Susténtame conforme a tu palabra, y viviré; y no quede yo avergonzado de mi esperanza.117 Sosténme, y seré salvo, y me regocijaré siempre en tus estatutos. 118 Hollaste a todos los que se desvían de tus estatutos, porque su astucia es falsedad. 119 Como escorias hiciste consumir a todos los impíos de la tierra; por tanto, yo he amado tus testimonios. 120 Mi carne se ha estremecido por temor de ti, y de tus juicios tengo miedo.
Introducción
La décimo quinta letra del alfabeto hebreo llamada sámec sirve al autor del salmo ciento diecinueve para hablarnos de la falsedad y la mentira que son las grandes protagonistas y base de la maldad este mundo y lo hace para enseñarnos que debemos aborrecer la expresiones y manifestaciones del mal en todas sus apariciones en este mundo.
El justo lucha contra la maldad, pelea día a día para ser bueno y practicar cotidianamente la bondad, pero en esa lucha, en ese combate, el mal lo acosa y en ocasiones lo persigue para enredarlo en la maldad y es entonces cuando su determinación debe salir en su ayuda para no claudicar.
Por supuesto que necesita el auxilio divino porque sin la ayuda de Dios es casi imposible hacer el bien. El hombre lucha con su propia inclinación maligna, luego en este mundo lleno de maldad su batalla se vuelve campal y es necesario que Dios lo pueda sostener para salir victorioso.
La palabra de Dios tiene, entonces, un valor incalculable porque es el único libro que nos puede conducir y guiar para encontrar la senda del bien. La revelación divina tiene como grande virtud que nos enseña a vivir dentro de los margenes del bien y cuando salimos de ese espacio nos muestra el camino para volver.
Nunca debemos perder de vista que en este mundo solo hay dos realidades, la realidad del bien y la realidad del mal. Todos luchamos para vivir en la bondad, pero a veces nos extraviamos y vivimos practicando la maldad, aunque nos haga daño y destruya la imagen de Dios en nuestras vidas.
El salmista tiene clara esta realidad y por eso nos muestra en el verso ciento quince su determinación para bien vivir: 115 Apartaos de mí, malignos, pues yo guardaré los mandamientos de mi Dios.
Obedecer a Dios tiene como resultado inmediato que los malignos se apartan de nuestra existencia. No se puede convivir con la maldad y al mismo tiempo vivir para Dios. Esa es una realidad con la que el salmista comienza el décimo quinto párrafo de su acróstico que nos lleva por la palabra de Dios.
Salmo 119: Señor, enséñame a amar tu palabra
Porque me hace aborrecer la maldad
A) La maldad de los hipócritas
B) La maldad de los que se desvían
C) La maldad de los impíos de la tierra
A. La maldad de los hipócritas
El verso ciento trece dice de la siguiente manera:
Aborrezco a los hombres hipócritas; mas amo tu ley.
La hipocresía es un tema toral en la Biblia. La palabra hipocresía en griego se traduce simplemente como “actor” o alguien que actúa y en ese sentido significa alguien que finge o simula. En el hebreo la palabra que usa el salmo en este verso procede de la raíz “seeph” que literalmente significa divido o partido.
El hipócrita según este vocablo es alguien que está partido de la mente o el corazón. Es decir pasa fácilmente de una posición o creencia a otra con suma facilidad, en ese sentido el hebreo aplica la expresión “doble ánimo” para esta clase de personas que generalmente no están comprometidas con nada.
El salmista no quiere ninguna clase de trato con estas personas y las aborrece. La palabra hebrea para odiar es “sane” que se traduce como detestar, enemistad y sin amor. El salmista no tiene amor para esta clase de personas porque su hipocresía los hace inconstantes y sobre todo asumiendo un día una actitud y otro día, otra.
La imprecación del salmista o en particular la imprecación en el libro de los salmos choca con el espíritu cristiano porque pensamos que no debemos odiar, sino amar y eso es correcto, pero nuestro gran ejemplo siempre será Cristo y cuando vamos a los evangelios descubrimos cómo trató a los hipócritas.
La personificación de la palabra de Dios, el Logos divino, hizo exactamente lo que este verso nos dice. Identificó a los falsos creyentes, descubrió su simulación y lanzó sobre ellos enérgicas y severas condenas por pervertir la revelación divina haciéndoles creer a sus seguidores que cumplían con los preceptos divinos cuando en realidad los obviaban.
B. La maldad de los que se desvían
Pero si el verso ciento trece es demoledor, el ciento dieciocho va más allá al precisar determinantemente lo siguiente:
Hollaste a todos los que se desvían de tus estatutos, porque su astucia es falsedad.
Dios se reserva el derecho de pisotear, humillar y exhibir a quienes se desvían de sus estatutos. Esta es una de las grandes maldades que hay en el mundo porque conocer la verdad de Dios y desviarse de ella es un grave error porque es tratar de engañar a Dios o burlarse de su persona.
Los que se desvían de los mandamientos del Señor incurren en un acto sumamente sancionado por el Señor y que lo hacen, según el verso citado, con astucia que es falsedad, es decir tratan de darle la vuelta a lo que Dios ha establecido, pensando que de esa manera agradan a Dios.
La palabra “desviarse” procede del vocablo hebreo “shagah” que literalmente significa salirse del carrete y en ese sentido significa descarriarse que podemos entender como salirse del carril o carrete. Perder el rumbo y en ese sentido extraviarse, pero no de manera involuntaria, sino sabiendo exactamente lo que está pasando.
Los que se desvían no lo hacen sin saberlo, tampoco lo hacen accidentalmente, al contrario lo hacen, según ellos, con astucia, es decir, lo hacen preeliberadamente usando mentiras y falsedades.
C. La maldad de los impíos de la tierra
El verso ciento diecienueve dice de la siguiente forma:
Como escorias hiciste consumir a todos los impíos de la tierra; por tanto, yo he amado tus testimonios.
La palabra escoria que usa el salmista tiene el sentido de basura, de desechos que no sirven y por esa razón se debe uno deshacer de ellos. Los impíos son comparados de esa forma porque han renunciado a hacer el bien y se han entregado a hacer el mal a su prójimo y a vivir a espaldas de su creador.
Dios se abroga el derecho de sancionar a todos los impíos de la tierra porque su presencia se da no solo en el pueblo de Dios, es decir Israel, sino también en todos los lugares donde hay presencia humana y por eso los castiga consumiéndolos o quemándolos para deshacer de ellos.
El salmista quiere y desea aborrecer el mal porque el mal hace que las personas sean hipócritas, se desvían de los estatutos del Señor y también provoca que se vuelvan impíos o malvados.
Solo la palabra de Dios puede evitar que se caiga en semejante caso de desobediencia que hace daño únicamente a quien decide olvidarse o ignorar lo que el Señor ha dicho en su palabra.