La Biblia dice en Génesis 18:6
“Entonces Abraham fue de prisa a la tienda a Sara, y le dijo: Toma pronto tres medidas de flor de harina, y amasa y haz panes cocidos debajo del rescoldo.”
Dios se presentó a Abraham cuando habitaba en el encinar de Mamre y lo hizo de una manera sencilla e inusual: tres hombres llegaron hasta donde estaba. Abraham que era un hombre que siempre se distinguió por ser hospitalario los recibió con toda amabilidad y les preparó una comida.
Llama poderosamente la atención que en este verso en dos ocasiones se resalta la actitud que tomó Abraham ante ellos: “fue de prisa a la tienda a Sara” y “toma pronto tres medidas”. Lo que se repite en el siguiente verso que dice: Y corrió Abraham a la vacas, y tomó un becerro tierno y bueno, y lo dio al criado, y éste se dio prisa a prepararlo.
En síntesis podemos decir que el patriarca “fue de prisa”, apuro a Sara diciéndole: “toma pronto tres medidas de flor” y luego “corrió a las vacas y tomó un becerro” y finalmente le pidió a su siervo que “se diera prisa a prepararlo”. En otras palabras Abraham se apuró, hizo las cosas rápidamente o simplemente no se tardó en atender a sus tres invitados.
Esos tres hombres iban en representación del Señor. El verso uno con el que comienza el capítulo dieciocho dice claramente que Dios se le apareció al patriarca y lo hizo de forma humana a través de esos tres personajes que le llevaron a Abraham un doble mensaje: sería padre de un hijo y Sodoma y Gomorra serían destruidos.
Abraham nos muestra como debemos servir a Dios: con prontitud, con presteza, con diligencia. Las palabras prisa, pronto, corrió y se apuró no tienen de ningún modo la intención de señalar que Abraham perdió el tiempo y quiso recuperarlo haciendo las cosas con rapidez. Es actitud generalmente nos hace hacer mal las cosas.
No. En realidad lo que la Escritura quiere subrayar fue la actitud de ese varón de Dios de no perder el tiempo y ofrecer no solo en el mínimo de tiempo a sus invitados, sino agasajarlos sin dilación. Esa forma de servir a Dios es muy apreciada por el Creador que desea profundamente que le sirvamos siempre con la mejor actitud, sin pasividad.
Servir a Dios debe hacerse no solo con la mejor actitud, sin con delicadeza y sobre todo con ánimo pronto. Nunca con pesadez porque a Dios no le agrada que hagamos las cosas para él con aburrimiento, sin emoción y sobre todo sin pasión. Servir a Dios implica siempre hacerlo con lo mejor que tenemos.