La Biblia dice en Proverbios 14:34
“La justicia engrandece a la nación; más el pecado es afrenta de las naciones.”
Salomón gobernó Israel por cuarenta años. La nación alcanzó su esplendor de tal manera que dignatarios de otros reinos visitaron la tierra de Jerusalén para conocerlo personalmente y admirar el majestuoso, imponente y lujoso templo que edificó para el Señor tal como había prometido.
Todas estas impresionantes bendiciones que tuvo Salomón, a quien la reina de Sabá reconoció su sabiduría, fue gracias a que procuró dirigir a su pueblo con justicia. La justicia es una palabra que procede de la raíz hebrea “tzedaka”. Tiene un profundo significado que todos los gobernantes deberían conocer.
La expresión significa justicia social y solidaridad, que representa uno de los valores esenciales para el gobierno de cualquier país que busque la felicidad de sus ciudadanos. Es la restitución del derecho de un semejante a vivir con dignidad. Comprendido en ese sentido podemos entender que una nación bajo ese sistema crece, progresa, se engrandece.
Hoy como nunca en la historia los ciudadanos cada vez más se involucran en las tareas de gobierno. Exigen, demandan, piden. Los gobernantes que procuran al máximo buscar ayudar a los más necesitados en una clara expresión de justicia social son bien recordados a diferencia de los ladrones que son arrojados al tiradero de la historia.
Salomón adminstró con justicia a Israel y lo llevó a su mayor grandeza, pero al final de su gobierno las mujeres desviaron su corazón y heredó su gobierno a uno de sus hijos que no tuvo la sabiduría del padre y sobre todo careció de justicia a la hora de gobernar a su pueblo y vino la afrenta.
El reino de Salomón se dividió. Diez tribus se fueron al norte e hicieron de Samaria su capital colocando recintos idolátricos para suplantar la verdadera adoración a Dios, mientras que dos tribus restantes establecieron su gobierno central en Jerusalén custodiando el templo construido por Salomón, pero también terminaron desviandose.
La justicia hizo grande a Israel en tiempos de Salomón y la injustica lo llevó al fracaso. Este principio aplica no solo a la vida de una nación, sino también a la vida personal. La ayuda al necesitado nos hace justos en el sentido de solidarios y empáticos y eso va directo a nuestra cuenta en el cielo. Cristo dijo que hicieramos tesoros en el cielo y esa es una forma.
Pero el egoísmo y la falta de solidaridad con quienes sufren terminará por devorar nuestra propia vida.