La Biblia dice en Oseas 11:4-5
“Con lazos de ternura, con cuerdas de amor, los atraje a mí; los acerqué a mis mejillas como si fueran niños de pecho; me incline a ellos para darles de comer, pero ellos no quisieron volverse a mí.”
La vida del profeta Oseas fue una parábola para la nación hebrea. Exigido por Dios, el vidente se casó con una prostituta con la que tuvo hijos y cuando los judíos preguntaron por este irregular matrimonio, el varón de Dios les respondió que su boda era una ilustración viviente de lo que ellos eran para con Dios: unos infieles.
Y es que, según leemos en los versos que hoy meditamos, Dios no sólo los buscó y llamó una y otra vez, sino que lo hizo de una manera maternal, la forma más delicada de amor que puede haber en este mundo. Oseas nos dice que Dios fue tierno y amoroso con Israel al intentar atraerlos a su presencia.
Se comportó como la madre cuando amamanta a su pequeño hijo con toda delicadeza y cuidado. No hay escena más estrujante y conmovedora que ver a una mamá alistándose para alimentar a su pequeño vástago. Tan indefenso y tan necesitado se le atiende y se le procura lo mejor.
Y así se presentó Dios con su pueblo. Tratándolo con cuerdas de amor, una manera de llamar a la amabilidad con la que les pidió que se acercarán a su Creador. Los apapachó, diríamos en México sobre la forma en que los atrajo a sí. El apapacho es una expresión efusiva de alegría por estar junto a alguien que se aprecia o ama mucho.
Pero la reacción de Israel fue grosera, tosca y deliberadamente insensible a esa clase de actitud que les mostró el Señor. No supieron o no quisieron reaccionar a la manera en que Dios les estaba llamando porque se habían llenado de obstinación, empeñados en vivir de acuerdo a su voluntad.
Su actitud contrastaba grandemente con la forma en que Dios los llamó. Ellos no supieron aquilatar el amor del Señor. Ellos se comportaron como los hijos a los que la madre los llena de amor y bondad y reaccionan con molestia y enfado, como si nunca hubieran necesitado de Dios o como si nunca la fueran a necesitar.
La actitud de ellos nos muestra lo grave que puede resultar despreciar a Dios de esa forma porque ellos pagaron con creces su arrogante actitud. Fueron llevados cautivos a Asiria donde desaparecieron para siempre. Nadie sabe donde están ahora la diez tribus del norte a las que Oseas predicó.
Despreciar la ternura y compasión del Señor es sumamente fastidiosa para Dios. Las personas que incurren en esta falta generalmente reciben una gran disciplina. No se puede menospreciar el amor divino y pensar que no pasará nada.