La Biblia dice en Jeremías 1:17

“Y tú, ármate de valor; ve y diles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, porque de otra manera yo te haré temblar delante de ellos.”

La encomienda que Dios le dio a Jeremías fue difícil: predicar a un pueblo incrédulo y excesivamente confiado en que la casa del Señor en Jerusalén era su patente de corso para confiarse de que el Señor no atentaría contra sí mismo destruyendo su templo y ellos podían vivir impíamente porque nada les ocurrría, pensaron.

Pero también, el profeta habría de enfrentar la hostilidad y la abierta oposición de pseudo profetas, que no solo lo confrontaba, sino que abiertamente, sin empacho y sin ninguna clase de temor del Señor, desdecían sus anuncios y lo acusaban de ser un antinacionalista por avistar la invasión de Babilonia a la santa ciudad de Sion.

Jeremías tendría en contra durante varias décadas a reyes, jefes, sacerdotes y pueblo en general, por decir lo que Dios le había dicho que dijera. Una tarea de verdad insólita y llena de presión. Pero para eso fue llamado y Dios lo comisionó y dotó de las capacidades para llevarla a cabo.

Sin embargo, el Creador anima a su profeta y le pide que se arme de valor y le solicita algo extraordinariamente relevante: “diles todo lo que yo te mande”. Esta frase implica que habrían algunas cosas durísimas por parte del Señor o sumamente delicadas o definitivamente que confrontarían al vidente de Dios con Israel, pero lo tenía que decir.

Decir lo que se tiene que decir no siempre se hace. A los seres humanos no nos gusta incomodar, no nos gusta que nos mal miren por decir lo que en realidad pensamos. Una persona que externa todo lo que pasa por su mente siempre es menospreciada y acusada de envidiosa, altiva y alguien con mucha falta de sensibilidad.

Dios le pidió a Jeremías que fuera valiente para decirle a los judíos, sacerdotes, jefes y gobernantes, su real condición espiritual revelado por el Señor, lo que implicaba confrontarlos y decirles la verdad, algo insoportable para muchos porque tocaba sus fibras más sensibles.

Pero Jeremías no debía callar. El profeta tenía que decir todo lo que el Señor le ordenaba que dijera. La enseñanza que nos deja esta orden dada a Jeremías es la necesidad de compartir todo el consejo de Dios contenido en la Escritura, sin agradar los oídos, exponernos a todas y cada una de las doctrinas.

Todo el consejo de Dios es necesario. No mutilemos, ni escojamos lo que sí nos agrada y desechemos lo que no nos gusta. Hablar de las promesas siempre será bueno, pero conocer las advertencias de Dios también es benéfico.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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