La Biblia dice en Santiago 4:1-3
¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? 2 Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. 3 Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.
Introduccción
Santiago nos ofrece el origen de las guerras, los pleitos, enfrentamientos y disputas de toda clase, nos dice que todo ello nace de los deseos de placer, las pasiones o concupiscencias que todos los seres humanos tenemos alojados en nuestro interior y que deben ser controlados porque son sumamente dañinos.
Sin hacer una lista exahustiva, el autor de la carta nos presenta unos de los resultados de una vida dominada por los impulsos. En las comunidades cristianas había problemas de todo tipo y uno de ellos eran los pleitos entre los hermanos. Los santos también pelean y a veces de qué modo.
El estudio que vamos a desarrollar con estos versos nos lleva a una seria consideración: los miembros de la iglesia suelen tener disputas agrias, enfrentamientos graves y pleitos entre ellos. Pensar que no habrá problemas entre los integrantes de la iglesia es olvidar que hay personas que se dejan llevar por sus deseos engañosos, aún dentro del cuerpo de Cristo.
Se trata de un problema que allí está a veces de manera soterrada, es decir invisible, fuera de foco, pero que cuando estalla produce conflictos de proporciones inusitadas que generalmente terminan con divisiones entre los integrantes de la comunidad cristiana de manera triste y dramática.
Si eso no existiera, Santiago no se hubiera ocupado hablando del asunto. Pero allí está para exhortación de todos, a fin de evitar esa lamentable condición de algunas personas que no hacen a un lado sus pasiones y se enfrascan en enfrentamientos que dañan al cuerpo de Cristo y a ellos mismos.
La carta nos ofrece la parte oscura de la iglesia que debe corregirse porque de lo contrario las personas que practican esa clase de males caen en una situación de enfrentamiento con Dios mismo y eso los puede llevar al fracaso total.
Una fe práctica para una vida práctica
Domina nuestros deseos para no pelear
A. Porque los deseos nos hacen codiciar
B. Porque los deseos nos hacen matar
C. Porque los deseos evitan que recibamos lo que pedimos
Los santos pelean y se enfrenta cuando son dominados por sus pasiones. Cuando eso ocurre codician, matan, arden de envidia, lucha y combaten y piden, pero no reciben porque piden para seguir fomentando lo que hace que se comporten como personas que no han nacido de nuevo.
A esa clase de creyentes, Santiago les lanza durísimas palabras para que enmienden, corrijan, cambien y transformen su manera de concebir la vida cristiana completamente alejada de los principios y valores que Cristo predicó y enseñó.
A. A. Porque los deseos nos hacen codiciar
La codicia es un inclinación con la que nacemos. En Génesis 3:6 encontramos este verso:
“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.”
En Josué 7:21 leemos también:
Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello.
En hebreo la palabra codicia procede de la raíz “chamad” que se puede traducir sencillamente como “atracción” “deseable”, “agradable” y “deleite”. Generalmente se codicia lo que produce a nuestros sentidos experiencias agradables o que deleitan nuestros sentidos.
En griego el término que utiliza Santiago procede de la raíz “ephitumeo” que se traduce como “deseo apasionado”. Los seres humanos pueden llegar a desear algo tan vivamente que hasta que lo obtienen se siente satisfechos.
Santiago dice que si los creyentes se dejan dominar por su deseos, caerán en la codicia y la codicia los llevará a la ruina como hemos visto en los casos de Adán y Eva y Acán en los tiempos de Josué. En algunos texto la palabra “ephitumeo” se traduce como lujuria, es decir un deseo intenso.
B. Porque los deseos nos hacen matar
El verso dos de nuestro estudio dice así: matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar.
Los deseos sin control pueden llevar a una persona a matar. Santiago está utilizando una hipérbole o exageración del grado que han alcanzado los pleitos entre los creyentes. El término matar debe uno entenderlo desde la explicación que Cristo dio cuando perfeccionó los diez mandamientos.
Al respecto Mateo 5:21-24 dice:
21 Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás;y cualquiera que matare será culpable de juicio. 22 Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. 23 Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.
Los creyentes que se dejan arrastrar por sus vanos deseos, pueden además de “asesinar” a sus semejantes, llenarse todavía de envidia. La envidia es una de las grandes plagas del mundo que consiste en tener malos deseos hacia otra persona solo porque ella tiene lo que el envidioso carece.
Lo mas triste de esta clase de personas es que ni así podrán obtener lo que tanto desean para sus vidas.
C. Porque los deseos evitan que recibamos lo que pedimos
Los deseos de placer hacen que las personas no reciban nada de parte de Dios. El verso tres de nuestro estudio dice de la siguiente manera:
Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.
El hombre que se deja llevar por sus concupiscencias, deseos, impulsos y lujuria no obtendrá nada. La razón de esta verdad radica en que su motivación para pedirle a Dios es solamente extender su vida placentera, no se trata de pedirle a Dios que haga algo a favor de los demás sino de él mismo, pero continuar su vida dominada por lo que quiere y desea.
Santiago es categórico a la hora de hablar de la falta de respuesta en muchas de las peticiones que los creyentes dominados por el deseo hacen. No obtendrán respuesta porque solo están pensando en ellos y no en los demás.