Santiago 5:12

12 Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación.

Introducción

Los judíos diseñaron todo un sistema para que las personas se comprometieran y cumplieran con sus compromisos. La fuerza de voluntad a veces es débil y los seres humanos debían de apoyarse en algo material para darse fuerza y así cumplir con promesas que se habían hecho a sí mismos o habían hecho a otros.

Inicialmente en la Escritura encontramos un voto que se conoce como nazareato. Lo encontramos descrito con todos sus requisitos en el libro de Números 6:1-21. Era una especie de promesa en la que hombres y mujeres se comprometían por un tiempo determinado a abstenerse de cierta comida y dedicarse o consagrarse a Dios.

Esa era una promesa, voto o compromiso regulado y sancionado por la ley mosaica, sin embargo los judíos del tiempo de Jesús y de Santiago establecieron una serie de juramentos o compromisos por los cuales o a través de los cuales hacían ciertas promesas y así garantizaban que cumplirían.

En los evangelios encontramos estas palabras de Jesús al respecto en Mateo 5:34-37

34 Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; 35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.36 Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. 37 Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.

Los hebreos habían trastocado el principio de los votos y los habían convertido en un refugio para todos aquellos que a falta de un compromiso real para cumplir con sus obligaciones buscaban a través de diversos lugares y objetos sagrados encontrar un asidero para jurar, sin que se comprometieran realmente.

Los israelitas a los que se dirige Santiago juraban lo mismo por el cielo, que por la tierra. Así también por Jerusalén, incluso por su propia cabeza.

Jesús condenó esta práctica en Mateo 23:16-22 que dice de la siguiente manera:

16 !Ay de vosotros, guías ciegos! que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor. 17 !Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro? 18 También decís: Si alguno jura por el altar, no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es deudor. 19 !Necios y ciegos! porque ¿cuál es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? 20 Pues el que jura por el altar, jura por él, y por todo lo que está sobre él; 21 y el que jura por el templo, jura por él, y por el que lo habita; 22 y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios, y por aquel que está sentado en él.

Mover la voluntad de una persona es una de las tareas más agotadoras. Pero mover nuestra voluntad es quizá el reto más grande que tenemos todos nosotros. Convertirnos en hombres y mujeres responsables de nuestros actos es la tarea que Santiago echa a cuestas con estas palabras.

Una fe práctica para una vida práctica

Nos hace personas comprometidas

A. Para que nuestro sí sea sí
B. Para que nuestro no sea no

Que difícil resulta para todos cumplirle al Señor lo que nos comprometemos hacer para él. Ese es el tema que Santiago toca en este verso, el tema de los juramentos, aquellas promesas que hacemos solemnemente, pero que muchas veces no cumplimos y con tal de que Dios nos crea juramos que ahora sí lo haremos.

El pentateuco o Torá como le llaman los judíos está integrado por 613 mandamientos, 248 son positivos y 365 negativos. Es decir, los primeros son lo que se debe hacer como honrar a tu padre y tu madre y los otros como no mentirás o no matarás.

La vida del hombre se reduce a dos conceptos, según nos dice el escritor de esta carta: sí y no. El hombre puede decir sí a lo que le dicen o puede contestar no, según juzgue conveniente.

La cultura romana fue particularmente apegada a esta clase de promesas. Sus deidades les permitían e incluso les exigían hacerles promesas y ellos entonces, juraban, a las diferentes divinidades que tenían y esa “cultura” se estaba introduciendo a la iglesia y era necesario detenerla.

Y por eso Santiago va a la raíz del mal y le pide a los creyentes del primer siglo lo mismo que a nosotros: Compromiso. Nos dice que no haya necesidad de hacer promesas y no cumplirlas, sino más bien que sí hemos dicho que sí haremos algo lo hagamos y que si hemos dicho que no iremos a tal lugar no vayamos.

A. Para que nuestro sí sea sí

Cuando decimos a Dios que sí nos comprometemos debemos cumplir lo que le estamos diciendo. Algunos de nosotros tenemos una enorme facilidad para decir sí, aunque no sepamos a lo que realmente nos estamos comprometiendo y a veces también nos resulta difícil decir no.

El sí es una decisión que nos obliga a hacer o actuar de determinada manera. Si hemos dicho que sí a alguien debemos cumplir lo que hemos prometido y si le hemos dicho a Dios sí, con mayor razón debemos hacer lo que hemos prometido.

Jesús quiere que sus seguidores aprendan a cumplir sus compromisos o sus promesas para con Dios o para con sus semejantes. A pesar de que las condiciones bajo las que se comprometieron hallan cambiado y resulte pesado o difícil honrar la palabra empeñada.

Una de las características de los justo que establece el Salmo 15:4 señala: “…El que aún jurando en daño suyo, no por eso cambia”, que sirve para definir a la clase de persona que habitará en la presencia de Dios. Una persona que mantiene su “sí” aún cuando ese “sí” lo afecte considerablemente.

B. Para que nuestro no sea no

Eclesiastés 5:5 dice: Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas.

Es tan serio el tema de prometer y no cumplir, que Salomón ofrece una alternativa que evita caer en la insensatez y es que ante Dios te quedes callado y no hagas ninguna clase de compromiso. En realidad no estas obligado porque Dios no obliga a nadie. La fe es un acto completamente voluntario.

El mejor ejemplo de esta verdad la encontramos en la pareja del Nuevo Testamento llamados Ananías y Safira. Ellos tenía un terreno que estaba bajo su dominio. Lo vendieron y en lugar de dar el dinero correspondiente a la venta de su propiedad mintieron ante los apóstoles.

Pedro les recrimina su actitud y les dice que nadie les obligo a hacer una promesa porque Dios no obliga a nadie, pero ellos lo hicieron para mentir. Su castigo fue morir. Ananías y Safira son ejemplo, desde entonces, que no tienes obligaciones de comprometerte si no quieres hacerlo.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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