Introducción a la carta a Santiago
La carta a Santiago es inquietante e ilustrativa. Tiene como finalidad contrastar lo verdadero con lo falso, lo genuino con lo impostado, lo original con la copia a fin de que el creyente evite caer en la hipocresía y autoengaño. Cada uno de los temas que aborda lo hace de manera directa y sin darle vueltas a los asuntos que trata.
Fue escrita antes del año cincuenta de la era cristiana lo que la convierte en el primer volumen del canon de las Escrituras de todo el Nuevo Testamento y al leer sus cinco capítulos y sus ciento ocho versículos uno descubre que su propósito es animar y exhortar a la naciente iglesia de Jerusalén y toda la cristiandad.
Han pasado unos cuantos años y la iglesia enfrentar sus primeras dificultades para no caer en un religión parecida a la de los fariseos, la iglesia debe comprender que la fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo no puede ni debe ser un cúmulo de conocimiento, sino una fuente inagotable de acción a favor de la obra que el Espíritu Santo inició.
El autor de la carta es Santiago, el medio hermano de Jesús quien es mencionado en Marcos 6: 3 como Jacobo. No hay que perder de vista que en los evangelios hay cuatro personas mencionadas con ese nombre. Uno de ellos es Jacobo, el hermano de Juan, los hijos de Zebedeo, quien fue el primer apóstol que murió como mártir.
También así se le llama Jacobo, el hijo de Alfeo, el apóstol y también el hermano de Judas, no el Iscariote, según nos dice Lucas 6: 15-16, pero la mayoría de los tratadistas señalan al medio hermano de Jesús como el autor de la carta porque en el libro de los Hechos aparece como uno de los pilares de la iglesia de Jerusalén. Hechos. 12: 7, 15: 13 y 21: 18.
Otra de las razones para afirmar que fue el medio hermano de Jesús el autor de esta carta radica en el hecho de que las expresiones e ideas planteadas en el concilio de Jerusalén por este Jacobo son muy similares o si se quiere idénticas lo que ha llevado a pensar y afirmar a casi todos los biblistas que esta carta es de su autoría.
La fecha y autor de esta esta carta nos van a resultar muy útiles a la hora de estudiarla porque nos permiten ubicar el ambiente en el que ocurre y la personalidad de quien la escribe, dos datos fundamentales a la hora de abordar cualquier escrito, pero en el caso de la Escritura fundamentales para entender el mensaje que se quiere comunicar.
La carta a Santiago, entonces, fue escrita cuando recién la iglesia se había fundado por un hombre que conoció muy de cerca las enseñanzas de Cristo y que si bien no creyó en él inmediatamente, si abrazó con todo su ser cada una de sus enseñanzas de tal manera que su epístola es reconocida porque a cada enseñanza aplica una ilustración.
Entendiendo estos dos aspectos, la pregunta que sigue es: ¿cuál fue el propósito de Santiago al escribir su carta? ¿Qué quería lograr al enviar esta misiva a sus lectores? ¿Cuál es el tema fundamental o principal que tiene en mente? ¿Cuál es el hilo conductor para hablar lo mismo de pruebas, que de la lengua, la sabiduría, la fe y las obras?
En la búsqueda a las respuestas a estas preguntas, algunos estudiosos de la carta suponen que en realidad esta carta es el resultado de un sermón que tiene como base el salmo doce que aborda la urgente intervención divina para auxiliar a los piadosos frente a la lengua maligna de los malvados. También para ayudar a los pobres ante las injusticias.
Pero una lectura concienzuda de la carta nos permite comprender que Santiago tiene en mente ayudarnos a mantener una fe genuina en nuestro Señor Jesucristo y en consecuencia tener una práctica original de nuestras convicciones cristianas. En toda la carta se respira y transpira la necesidad de un fe sincera, sin hipocresía.
Y bajo esa tesitura, se desarrollan todos los temas contenidos en la epístola. Santiago nos llevará casi, casi, de la mano en temas por demás fundamentales de la vida cristiana como lo son el sentido de las pruebas. Nadie debe sorprenderse de que su fe sea puesta a prueba, al contrario debe tener mucha alegría al estar en esa posición o condición.
Y de esa forma desfilan bajo su pluma temas complejos como la posición de los ricos y los pobres al interior de la iglesia o congregación, un asunto que aborda desde una perspectiva social descalificando a los ricos que han hecho su dinero a base de engaño y fraudes y con injusticia al no pagar los salarios de sus trabajadores.
Hay en la carta una clara intención de favorecer a los pobres frente a los ricos. El tema de la discriminación o acepción de personas que trata lo hace desde esa perspectiva. Una verdadera fe no puede ni debe hacer distinción entre las personas y en esta carta encontramos las palabras más duras dirigidas a los ricos.
“Ricos aullad” es una frase nada halagadora para quienes tienen mucho dinero, pero no está dirigida a todos ellos, sino solo para aquellos que han hecho su fortuna mediante el sufrimiento de sus trabajadores. A ellos se les reclama y recrimina por vivir una fe impostada sin que se refleje en su vida cotidiana.
El tema de la lengua ocupa también un espacio muy importante en el escrito. La manera en que aborda este tema es sumamente preciso y con una gran advertencia del gran mal que genera no dominar lo que se habla y dice con nuestros labios, llamando la atención de sus lectores para tener cuidado con sus palabras.
Al autor de la carta le da tiempo para hablar asuntos como la sabiduría verdadera contrastada con la falsa, la necesidad de romper con el mundo, la imperativa obligación de dejar de juzgar los hermanos y evitar presumir del día de mañana, el cual solo Dios sabe si llegará.
Pero quizá el tema más inquietante es el de la fe y las obras. Santiago esta convencido que la fe ha de mostrarse con lo que cada creyente hace. Una fe sin acciones es una fe muerta, dice, en lo que fue uno de los asuntos que mayor ruido le causó al reformador Martín Lutero quien afirmó que la solo la fe salva sin necesidad de obras.
Y este es justamente el tema central de la carta. La fe no puede ser nunca solo un cúmulo de enseñanzas o una concepción mental de confiar en Dios, sino que debe estar acompañada de obras o acciones que demuestren o hagan palpable que una persona cree o confía en Dios.
La fe de cada creyente debe manifestarse con obras. Una fe intelectual o una fe que solo este en la mente, pero que no se materialice en la vida cotidiana es una fe impostada o falsa frente una fe original o verdadera que obra y que se vive de manera cotidiana en todos los aspectos de la vida.
Aquí es donde encontramos el sentido de esta carta. Hacernos ver que la fe se vive. Que la fe se encuentra en cada una de nuestras obras y acciones. Que la fe no es un concepto que tiene relación solo con la iglesia y sus cuatro paredes, sino con la calle, con los demás, con lo que hacemos y decimos, con nuestra conducta diaria y cotidiana.
Sí, la intención de Santiago es contrastar lo falso con lo verdadero, lo copiado con lo original, partiendo desde la fe. Una fe que no es genuina terminará, tarde o temprano, llevando al creyente a vivir una existencia donde lo que se haga o diga no tendrá ninguna relación con o que se cree o se dice creer.
La carta de Santiago fue escrita menos de veinte años después de que la iglesia quedó instalada en este mundo y es un llamado de atención para todos los creyentes de saber que no podemos ni debemos desarraigarnos de nuestras raíces. La originalidad es nuestro llamado porque del otro extremo la hipocresía aguarda para devorarnos.