La Biblia dice en Ezequiel 15:1-2
“El Señor se dirigió a mí, y me dijo: ¿En qué es mejor el tronco de la vid que la madera de los árboles?”.
La vid y la viña son dos expresiones utilizadas recurrentemente en el Antiguo y Nuevo Testamento como ejemplo para ilustrar diversos tipos de enseñanzas. Fue recurrentemente usada por los profetas y el propio Señor Jesucristo de manera pedagógica a sus interlocutores.
El profeta Ezequiel la ocupa para mostrar una aspecto sumamente interesante: aunque la vid es reconocida como un ábol, no tiene las propiedades o la madera que tienen otros árboles. En realidad parece más un arbusto que produce uvas de las cuales se extrae el vino desde tiempos de Noé.
Definitivamente su valor no reside ni residirá nunca en sus troncos o sus ramas como el encino, el pino o el cedro, sino en su fruto, que por cierto no se produce en cualquier lugar o cualquier clima, sino en deteminados lugares como Israel, Chile, España, Francia, que tienen temperaturas idóneas para su desarrolllo, entre otros.
Lo que Dios a través del profeta Ezequiel le está diciendo al pueblo de Israel y a nosotros también es que si perdemos el objetivo central de nuestra vida que es adorar y bendecir al Señor, la vida carece de sentido, la existencia no sirve para nada más porque hemos sido creados para alabar al Creador.
Se trata de entender que el significado de la vida y la razón de la existencia se alcanza únicamente cuando somos capaces de buscar a Dios y entregarle nuestros planes, metas y proyectos porque de esa manera nos volvemos seres productivos de bien para otros y para nosotros mismos.
Una vida sin Dios es una vida sin resultados. Una vida que excluye a Dios de objetivos y planes es una vida vacía, sin frutos, que no sirve para absolutamente nada tal y como la viña que al dejar de producir uvas, no servía ni para hacerla leña para utilizar su fuego para cocinar o fabricar productos así una vida sin propósito que no sirve para nada.