La Biblia dice en Hebreos 13:8

“Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.”

La construcción del tiempo o contar los días se hizo necesario para el hombre a fin de poder establecer con claridad tanto el pasado como el presente y futuro. Los calendarios marcan claramente los días pasados y los povernir, instalados desde el presente tan efímero y breve para todos.

Los seres humanos vemos transcurrir los años. Uno a uno se van y nada podemos hacer por detenerlos. Cuando menos nos damos cuenta hemos dejado la juventud y estamos instalados de lleno en la tercera edad, sin que sepamos cómo es que ha ocurrido tal cambio en nuestra vida.

Día a día nuestra brevedad se acentúa en nuestra vida y particularmente cuando un año concluye la sensación de ir dejando o consumiendo nuestra vida nos llena de pesar y muchas veces de desesperación porque nos vamos consumiendo como una vela que encendida es incapaz de dejar de consumirse.

¿Qué hacer con esta brevedad?, ¿a dónde ir para que nuestra vida tenga sentido?, ¿qué decisiones tomar para que esta vida trascienda? En un mundo que parece no importarle lo qué los hombre hacen con su tiempo, el autor de la carta a los Hebreos escribió la afirmación de que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.

No se trata simplemente de una afirmación para sostener la eternidad del Hijo de Dios, muchos autores ya lo habían hecho y lo hicieron con posterioridad a esta carta, pero cuál era entonces la intención del autor de la epístola con este verso, que por cierto rompe con todo sentido gramatical porque sostiene que Jesús es ayer, es hoy, y es por siempre.

Su idea es la de ofrecernos a todos los humanos la posibilidad de trascender y transformar nuestra brevedad en eternidad, pero no en función de lo que hacemos o decimos, sino en función de apegarnos, unirnos en uno con Cristo, al hacerlo lo que es breve se proyecta a lo infinito.

Se trata de una especie de lazo o salvavidas en medio de la agobiante tristeza que puede llegar a nuestra vida cuando nos vemos a nosotros mismos como polvo que será entregado al polvo, cuando miramos nuestra brevedad y no podemos hacer nada por prolongar nuestra existencia.

El que el el mismo ayer, hoy y por siempre nos invita a disfrutar con él la vida eterna, esa que no acaba ni a los setenta, ni a los ochenta años sino que cruza para siempre lo eterno y nos llena de satisfacción y hace que cada año no sea más, sino un año menos en la instalación de nuestra existencia en la vida perdurable.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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