La Biblia dice en Marcos 2:21
“Ni tampoco se echa vino nuevo en cueros viejos, porque el vino nuevo hace que se revienten los cueros, y se pierden tanto el vino como los cueros. Por eso hay que echar el vino nuevo en cueros nuevos.”
La interrogante a Cristo sobre el porqué sus discípulos no ayunaban y los de Juan el Bautista y de los fariseos si lo hacían sirvió para que el Maestro nos ofreciera una de las frases que hace que la Biblia sea uno de los libros más citados en la literatura universal o en el enguaje cotidiano de muchos países, particularmente en los de habla hispana.
El vino nuevo se ha de echar en cueros nuevos, dice la versión Dios Habla Hoy. Pero muchas versiones prefieren utilizar el término odres, en lugar de cueros, de tal manera que la frase que se ha popularizado más es sintetizada en “vino nuevo en odres nuevos” que se vuelve un principio para la iglesia.
No es que Jesús desechará para siempre abstenerce de alimentos para dedicarse a la oración, sino que su presencia en la tierra durante su ministerio debía apreciarse en su justa dimesión. No era un evento común, era en realidad una fiesta, como una boda donde todos tenían que alegrarse. Ya habría tiempo para la tristeza y los lamentos.
La idea que comunicó con esta frase es que su presencia era una novedad, es decir no era un maestro más ni un profeta de tantos que tuvo Israel, sino que era la última manera en que Dios le habló al pueblo de Israel y la primera y definitiva forma en que Dios le hablaba a los gentiles y a toda la humanidad.
No fue la única vez que Jesús habló de las consecuencias o resultados de permitir que él se manifestará en la vida de las personas. A Nicodemo le dijo que tenía que nacer de nuevo para ver el reino de los cielos. Pablo, a su vez, escribió que el que está en Cristo es nueva criatura y Pedro, también dijo que nos esperan cielos nuevos y tierra nueva.
Eso quiere decir que la vida en Cristo nos hace vivir en una permanente novedad. Que su presencia en nuestra vida sirve para evitar que tradiciones y costumbres conviertan nuestra fe en una lista interminable de deberes que se deben cumplir porque así se hizo en el pasado, y no una fresca relación que nos permita darle siempre su lugar en nuestra vida.
Se trata en definitiva de evitar a toda costa caer en una religión rutinaria. Donde todo se haga por obligación y no por convicción. Eso, por supuesto, roba la frescura que nuestra relación con Cristo debe tener, porque pasados ya muchos años de caminar en su presencia siempre se corre el riesgo de hacer las cosas de manera mecánica.
El vino nuevo en odres nuevos es la imperiosa necesidad de vivir nuestra fe como si fuera el primer día que conocimos a Cristo y no como una carga que nos imponga ir a la iglesia, orar, ayunar o leer su bendita palabra.