La Biblia dice en Isaías 38:17

Mira, en vez de amargura, ahora tengo paz. Tú has preservado mi vida de la fosa destructora, porque has perdonado todos mis pecados.

Con estas palabras el rey Ezequías se dirigió a Dios cuando fue sanado de una enfermedad mortal anunciada como preámbulo de su muerte, según le anunció el profeta Isaías, pero luego de buscar a Dios con quebrantamiento le fueron concedidos otros quince años de vida en esta tierra.

Como todos nosotros, el monarca no quería morir y por eso clamó con lágrimas ante el Creador para que lo sanara y Dios lo oyó y le dejó vivir con lo que su corazón se llenó de paz y se le quitó la amargura que ya se había instalado cuando supo que moriría, en una clara manifestación de que Dios cambia nuestro estado emocional de manera directa.

El rey Ezequías quería vivir y Dios se lo concedió, pero quería existir con paz y tranquilidad, porque al final de cuentas para qué vivir si nuestra existencia transcurre turbulentamente, para que caminar en este mundo si a cada paso en lugar de disfrutar nuestra estadía, padecemos o vivimos quejándonos.

La vida, para que tenga sentido, debe afirmarse en Dios, quien fue quien la dio y quien la recogerá cuando considere que los días en este mundo para nosotros han llegado a su fin y hemos cumplido con la encomienda que se nos entregó y la calma hace que disfrutemos cada una de las bendiciones reservadas para nosotros.

Ezequías entendió perfectamente que el shalom del Señor, es decir, su paz, nos permite disfrutar la vida. Apurados o apresurados perdemos muchas cosas sencillas y valiosas que solo se pueden apreciar cuando las vivimos con calma y tranquilidad sin correr y sin prisas para paladearlas como se paladea una rica comida.

De saber que iba a morir, el rey tuvo otros quince años, que estoy seguro valoró inmensamente, sabiendo que la vida es un don del Señor que ha de tomarse con seriedad, claro que sí, pero también viviendo disfrutando todo lo que el Señor nos permite tener, bienes y por qué no, también males.

Y en medio de todo ello, contar con su paz que nos permite descansar en sus brazos de amor, en su cuidado, para que llegado el momento nos encontremos con él para estar para siempre en su presencia.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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