La Biblia dice en Salmos 80:3
“Oh, Dios restáuranos; haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.”
Hay sucesos que marcan nuestra vida de tal manera que deseamos con toda el alma que las cosas vuelva al estado anterior a ese hecho porque nos sentimos abrumados, desesperados, tristes y completamente abandonados. Eso fue lo que vivieron los judíos que vieron la desaparición de diez tribus del reino del norte llamado Efraín.
El juicio sobre esas diez tribus fue durísimo: sufrieron un cruel asedio por parte de uno de los imperios antiguos más sanguinarios de los que se tenía registro, luego fueron derrotados de manera aplastante con miles de muertos para finalmente ser llevados cautivos a Asiria donde se perdieron. Nunca más se volvió a saber de ellas.
En tanto su territorio fue poblado por otras naciones que dieron paso a los samaritanos tan odiados por los judíos por ser una mezcla de su raza con otros pueblos que ellos llamaban gentiles, es decir, paganos e idolatras. Pero todo estaba consumado y no se podía hacer nada para remediar esa situación.
Por eso la fuerza de este salmo radica en la súplica, ruego, petición y clamor al Señor para que restaurará, restableciera, volviera todo a su anterior estado, pero también que hiciera resplandecer su rostro, una frase que apela a la compasión, misericordia, piedad y amor del Creador hacia su pueblo.
La salvación que demandaba el salmista solo podía llegar si Dios los restauraba y hacia resplandecer su rostro sobre ellos. No había otra manera y no hay otra manera en la que podamos disfrutar de la protección divina, si no es a través de una comunión íntima y plena con Dios.
El único que puede regresar las cosas como estaban al principio en nuestra vida es Dios. Él es el único que tiene el poder de restituir nuestra vida para volver a caminar en sus sendas y disfrutar así de su presencia gloriosa y salvadora. La salvación de Dios es la única que nos auxilia en los momentos difíciles.
La plegaria del salmista es una manera de pedirle a Dios que queremos volver a vivir con él, justo cuando nuestra vida se ha apartado de sus caminos y nuestra vida experimenta una profunda necesidad de ayuda por parte de él.